Es cierto que se valora mucho la simpatía, la amabilidad, la generosidad... en las personas. Pero todas las buenas cualidades del mundo no sirven sin ese punto de carácter y de mala leche, porque en el fondo nos gusta (y mucho) discutir, sacar el genio, arder por un segundo y la posterior reconciliación. No queremos al personaje gris que debate sin levantar el tono de voz, perfectamente racional y que consigue el consenso entre las partes, no, queremos a esa persona que nos saca de las casillas, que nos hace posicionarnos férreamente en nuestra postura y que nos mueve las entrañas.
Y como no sería yo si no buscase la referencia cinéfila a todas mis reflexiones, decidme si no son las parejas más célebres aquellas turbulentas que se tiran los trastos a la cabeza como: Humphrey Bogart y Lauren Bacall en "Tener y no tener" (1944), Clark Gable y Vivien Leigh en "Lo que el viento se llevó" (1939), John Wayne y Maureen O'Hara en "El Hombre Tranquilo" (1952) o Nicole Kidman y Tom Cruise en "Eyes Wide Shut" (1999), entre tantas otras.
Si ya lo decía Mae West: "Cuando soy buena, soy buena; cuando soy mala, soy mucho mejor", y ella de esto sabía. Fue la única a la que se le permitió elegir en sus películas a sus acompañantes masculinos. A demás de llevarse el reconocimiento de primera "Femme Fatale" de la historia del cine. Así pues voy a seguir el consejo de mi amigo y agriarle un poco las tardes, no vaya a ser que se empalague con tanto dulce.







